Llegada la hora, Jesús se sentó con sus discípulos y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».
Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios». Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros».
«Tú mi hermano» © Autorización de Cristóbal Fones
«Quieting» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando la misericordia enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando,
te adoro.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos,
te adoro.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad,
te adoro.
Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida
es plena,
te adoro.
(José María R. Olaizola, sj)